En Augsburgo frente de la casa de Jakob Fugger banquero de Carlos V del Sacro Imperio, que se lo considera creador de las corporaciones
EL SER ARGENTINO
Hace tiempo escribí esta nota, ahora al regreso de un viaje a Europa, donde me sentí distinguido por todos aquellos a los que que les anunciaba mi nacionalidad, salvo los españoles empleados de Aerolíneas Argentina, me permito editarla.
Dictadura del proletariado, se propuso alguna vez, pero nunca, dictadura de los grasas, de la masa media, que adolecen de la facultad de elevarse mínimamente hacia objetivos superiores, los vulgares que se visten de costosas firmas y no dejan de lucir como minúsculos, inferiores, formados con el alimento del resentimiento, por carencias intelectuales que en sus años jóvenes, los llevaron a rebelarse contra el sistema y que curiosamente intentan reeditar como copia fiel del mismo.
Gobernantes, que en general carecen de las calidades propias del modelo del ser argentino, por lo que se los considera impuros y si bien nunca se los acepta se los soporta por inevitable.
Sus limitaciones intelectuales y/o sociales y/o humanas, no son propias, otros son responsables, todos los demás son los culpables y por tanto deudores, que no podrán pagar nunca su deuda que le alcanza por el solo hecho de pertenecer a un país en el que se ha entronizados el ridículo.
Exhiben su parloteo en cadena, en horarios centrales de forma tal de sorprender a los televidentes, y así soporten sus muecas con forma de cara, como una condena a todo habitante sorprendido mientras sigue algún programa favorito durante y durante el abusivo tiempo que lleva el apagado del aparato.
Voz, caras, gestos y argumentos, todo es menor, repulsivo y revulsivo, una corte de ridículos, con labios pilosos o sin ellos, pelos y mas pelos, extendidos hasta ridículo en unos y en otras, se proclaman salvadores.
Constituyen el horror de los carentes de toda virtud, nacidos para perseguir, con todo el aparato del poder, no cesan de denunciar su carácter de víctimas y sentirse perseguidos. Es el mundo del revés en el que el orgullo de ser argentino se siente pisoteado por una realidad que los envilece que se permiten mostrar al mundo como son sus personas subalternas.
No creo exista en otra nación el orgullo de nacionalidad que tiene el argentino, no es patrioterismo, no, el argentino no es nacionalista, reconoce en sus antecedentes aportes de muchas nacionalidades que se lo impiden, tampoco tiene gran amor hacia su país, ni a sus símbolos, diría que el ser argentino es un orgullo, más diría es el orgullo de ser un argentino orgulloso, es como la soberbia de la autosuficiencia, porque el argentino critica el orgullo que padece y admira y lo adopta como ser nacional.
El ser argentino es una construcción ideal, es un supra ser, orgulloso, desprendido, bondadoso, agrandado que quisiera poder hablar con cada extranjero en su propio idioma, de vestir las prendas más especiales, débil ante el lujo, conocedor de las primeras marcas, exquisito, un ciudadano del mundo.
En algo más de un siglo se formó a partir de unos pocos habitantes la nación argentina, que a fines del siglo veinte en un acto de desprendimiento supremo se permitió desperdigar por todo el mundo, ese argentino, de apenas una generación buscó nuevo rumbo y residencia, generalmente desandando la ruta de sus ancestros, pero con la curiosidad de que aquel que exhibía en la argentina sus antecedentes raciales foráneos, ahora radicado en la patria de antepasados proclama y publica con orgullo su origen argentino.
Dictadura del proletariado, se propuso alguna vez, pero nunca, dictadura de los grasas, de la masa media, que adolecen de la facultad de elevarse mínimamente hacia objetivos superiores, los vulgares que se visten de costosas firmas y no dejan de lucir como minúsculos, inferiores, formados con el alimento del resentimiento, por carencias intelectuales que en sus años jóvenes, los llevaron a rebelarse contra el sistema y que curiosamente intentan reeditar como copia fiel del mismo.
Gobernantes, que en general carecen de las calidades propias del modelo del ser argentino, por lo que se los considera impuros y si bien nunca se los acepta se los soporta por inevitable.
Sus limitaciones intelectuales y/o sociales y/o humanas, no son propias, otros son responsables, todos los demás son los culpables y por tanto deudores, que no podrán pagar nunca su deuda que le alcanza por el solo hecho de pertenecer a un país en el que se ha entronizados el ridículo.
Exhiben su parloteo en cadena, en horarios centrales de forma tal de sorprender a los televidentes, y así soporten sus muecas con forma de cara, como una condena a todo habitante sorprendido mientras sigue algún programa favorito durante y durante el abusivo tiempo que lleva el apagado del aparato.
Voz, caras, gestos y argumentos, todo es menor, repulsivo y revulsivo, una corte de ridículos, con labios pilosos o sin ellos, pelos y mas pelos, extendidos hasta ridículo en unos y en otras, se proclaman salvadores.
Constituyen el horror de los carentes de toda virtud, nacidos para perseguir, con todo el aparato del poder, no cesan de denunciar su carácter de víctimas y sentirse perseguidos. Es el mundo del revés en el que el orgullo de ser argentino se siente pisoteado por una realidad que los envilece que se permiten mostrar al mundo como son sus personas subalternas.